(1786) Aparecía y desaparecía a través de sus escritos punzantes; por eso gustaba llamarse a sí mismo: Duende. El sabio Eugenio de Santa Cruz y Espejo hizo de su pluma un arma terrible, hirió la vanidad de personas de alta posición social y sacudió a la Corona española con sus ideas de libertad. Pocos lo amaban, la mayoría le temía y conspiraba en su contra.
Huyendo de sus detractores radicó en Riobamba, donde los curas pidieron que los defendiera de acusaciones proferidas por gentes notables de la villa. Espejo aceptó encantado.
En la defensa describió la vida liberada de dichos caballeros y para el efecto utilizó la figura de una bella mujer a quien bautizó para la posteridad como Madamita Chiriboga.
Acostumbrado a causar polémica y a reírse de todos no le cayó en gracia cuando la señora le demandó por calumnias. Espejo no se había equivocado cuando la definió como “mujer de brío”.
María Micaela Chiriboga y Villavicencio: mujer espléndida, que vivió a su manera, sensual, ni heroica ni virtuosa, liberada de las ataduras impuestas por la mojigatería religiosa.
Se había casado joven; pero un marido trivial y traicionero junto con la noticia que nunca podría concebir, le motivaron a buscar un nuevo amor. De pronto se convirtió en una mujer criticada pero a la vez asediada y envidiada.
Fue ella quien despertó en Espejo los deseos de lo imposible. Aunque literato, médico, periodista y libertario, para Madamita y su círculo no era más que un hombre de oscuro origen social.
Sin embargo, decidido a ganarse su amistad, Espejo le pidió una entrevista y Madamita aceptó con la intención secreta de desairarlo.
En la cita, el Duende se mostró presumido y no le dio mayor explicación sobre la “Defensa de los curas”. Aunque indignada, Madamita reconoció en Espejo una altivez que no tenían los demás caballeros de la Villa.
Una vez más la visitó, pero no pudieron conversar porque Espejo llegó enfermo. A pesar de que Espejo se había convertido en su enemigo, Madamita lo cuidó durante tres días hasta que restableció su salud.
Ella descubrió que Espejo no era tan insensible como parecía, y él al reconocer en María Micaela una mujer libre, se retractó de lo escrito.
(1787) La última vez que María Micaela miró a Eugenio Espejo, iba encadenado rumbo a Quito para enfrentar cargos de conspiración contra la Corona.
Madamita sufrió también el encierro, pues fue confinada varias veces en conventos de monjas, de donde siempre huyó.
Sus encantos se mantuvieron intactos, tanto que hicieron perder el sueño al Virrey de Lima, quien armó viaje especial para conocerla y observar su belleza.
En 1797 Madamita Chiriboga sobrevivió al terremoto que destruyó la colonial Riobamba. Dos años antes, en un calabozo de Quito, había fallecido Espejo.
Mientras las ideas de Espejo germinaron en los patriotas criollos, Micaela se radicó en su hacienda en Penipe.
Cuenta la tradición que vivió feliz pero sola, como tal vez se había sentido siempre. Paseaba por las orillas del río conversando con el viento que la acariciaba como el último y más fiel de los amores.
Créditos
Fuentes:
“Mensajeras Cósmicas”, Marcela Costales.
“Desventuras de un Ilustrado del siglo XVIII y de una Liberanta Riobambeña”, Iván Egüez.
“El Espejo de las Primicias de la Cultura de Quito”, Hernán Rodríguez Castelo.
Elenco:
Madamita Chiriboga: Paula Andrea Vallejo
Eugenio Espejo: Fernando Paredes Arévalo
Producción y realización:
Diego Vallejo
Sandra Ávalos, Sylvia García, Mónica Muñoz, Lucy Novillo, Fernando Paredes Arévalo, María José Vallejo, Paula Andrea Vallejo, Patricio Villagómez.
Locaciones: Señoras Mariana Izurieta e Inés Brito.
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