
La cueva en el fondo es el Templo Machay. A la lejanía no se percibe su majestuosidad.
Ha pasado ya una década desde que tuve el honor de conocer el Templo Machay, una caprichosa cueva ubicada a 4560 metros de altura en el volcán Chimborazo. Sin duda es toda una conquista para cualquiera que, como yo, no es un andinista o no está habituado al ejercicio físico. Pero también es un reto para el espíritu porque uno debe enfrentarse de lleno con la soledad (que no es la ausencia de los demás, sino de uno mismo) y la magnificencia de la naturaleza.
Una catedral de piedra
No puedes perder la oportunidad de conocer el misterioso Templo Machay. Así dice uno de los letreros que se han colocado en el sendero hacia la cueva. Lo que se cuenta del lugar es una gran motivación para empezar con la caminata. El primer tramo es de fácil tránsito a través de hermosos pajonales que se mueven al fervor del viento y que llenan de aliento. La vista es también cautivante porque mezcla la vegetación andina con rocas milenarias y la aridez del desierto.

Centenario choza en el páramo. Es un refugio para la inclemencia.
Una parada obligada es el refugio de Lanlanshi. Ahí se observa una de las viviendas centenarias que han usado los moradores de los páramos. Dentro se encuentra alivio y abrigo, indispensable para reponer fuerzas y retomar el camino.
Paulatinamente, la subida cuesta mayor trabajo por lo empinado del sendero y el incremento de la altura. En este tramo, las protagonistas son rocas de todos los tamaños: desde las que caben en la mano hasta grandes macizos. El guía nativo indica a lo lejos nuestro destino; se aprecia cercano pero mientras más caminamos más lejos parece estar. El corazón palpita con fuerza y hay que detenerse para tomar aire y dar descanso a las piernas. Adelante está el coloso con su nieve eterna.

El caminante requiere de mayor esfuerzo a cada paso.
El viento sopla fuerte y golpea el cuerpo de manera que a veces se debe concentrar todo el peso del cuerpo para no despegar del suelo. Hacia arriba hay más cuesta y hacia abajo más soledad. El espíritu se invade de un sentimiento de abandono y de temor porque la naturaleza se muestra con majestad y superioridad.
Con esfuerzo se corona un macizo de roca y el impacto visual emocional es supremo cuando de pronto se tiene frente a uno, murallas enormes de roca que parecen tocar el cielo, y que hacen sentir la pequeñez del ser humano frente a esa inconmensurable voluntad de la naturaleza y de Dios.

La belleza la naturaleza es temible y abrumadora.
El pecho casi no avanza más, pide un descanso urgente. Provoca sentarse y abandonar la empresa, pero hacia abajo hay la nada. Ya se aprecia más cercana la gruta; entre ella y el caminante existe un espacio de arena que se vuelve también dificultoso sobrellevar al hundirse los pies con frecuencia.
Y una vez más una cuesta empinada separa al Templo Machay. Por fin se lo divisa: se trata de una formación de roca enorme de forma piramidal, cuya entrada tiene formas extrañas que se prestan para que vuele la imaginación. Estamos a 4560 metros de altura.

Entrada al Templo Machay.
Dentro del Templo, el cansancio se esfuma porque se siente una humedad renovadora. Aunque no llega ni una gota de agua al cuerpo la sensación es como si el visitante hubiera tomado un baño. “Alberga una energía especial”, dice uno de los visitantes. Y tiene razón. El lugar motiva un respeto sacro especial, que lo demuestra la serie de peticiones que han sido depositadas en un rincón de la cueva, que sirve como un altar.

Ya a los pies del templo, se aprecia su magnitud. Compare el tamaño de la entrada con el de una persona.
En este pequeño sitio se observan monedas y pequeños papeles. “Aquí es donde los vaqueros decían encontrar al hombre blanco y de donde se pasaba hacia la ciudad del Chimborazo”, explica el guía. Según la leyenda en el volcán se encuentra escondida una ciudad llena de riquezas.
La soledad y la intensidad de la experiencia hacen especular a quienes llegan al Templo. Al tratarse de un espacio limitado en pirámide no permite a simple vista una conexión hacia ningún lugar físico. “Debe ser una puerta cósmica”, habla alguien por ahí.
Estas cavilaciones se interrumpen porque es tiempo de volver. Ha valido la pena el esfuerzo de llegar a este lugar, que presumimos fue objeto de singular atracción para los antiguos habitantes de Chimborazo.

La formación de la roca y la imaginación son caprichosas. Al menos la mía: yo miro claramente el rostro de un anciano.
dieguito qué belleza, muchas gracias, he aprendido mucho. Verás, contaban que de allí salían los kurikingues humanos y danzaban a a distancia a la mama tungurahua, si no estoy mal, quien narraba era el amigo oswaldo huilcapi que tiene un grupo de danza.
un abrazo y pay nuevamente
sylvia
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Existe en nuestra provincia, tantas riquezas naturales, históricas, culturales, leyendas, que deberíamos socializar a través de los organismos competentes, en los centros educativos, para fomentar el turismo a estos sitios llenos de encanto y misterio. Felicitaciones Diego.
Tiene un costo este recorrido???
Guías comunitarios le pueden acompañar y con ellos de acuerdo
Guías comunitarios le pueden acompañar y ponerse de acuerdo con ellos. El ingreso a la Reserva es gratuito.
El recorrido no, pero es preferible que vaya con un guía. En ese caso debe ponerse de acuerdo con él.