Con los colores de sus acuarelas Luis Baca ha plasmado las fiestas vivas del Ecuador: los atuendos, los personajes, las costumbres, las relaciones cotidianas; toda la riqueza cultural de la que ha sido testigo y la que permeado en su piel desde su niñez y juventud en San Andrés y Riobamba, y después con su residencia en Quito y sus recorridos por todo el país.

De él dice Patricio Palacios:
Sus dibujos, los colores en acuarela, en cuanto material se apropia para su deleite; nos permite constatar la negación de los recuerdos importados del reino de las guerras, de los asesinos que mataron nuestras creencias y rituales, Luis reconstruye en su interior de artista, allí donde se encuentra el esqueleto de lo que busca de la historia ancestral, de otras costumbres atadas a nuestra historia, nuestros amores y desamores; vienen una tras otra las escenas aprehendidas de la vida del campesino e indígena, como cumpliendo con los designios de la sangre
Patricio Palacios (Baca, 2015).
Fruto de las vivencias y de las obras pictóricas que ha creado con las fiestas populares ecuatorianas como protagonistas, Baca publicó en 2015 un libro en el que recopila catorce crónicas de su caminar a través del callejón interandino. Algunas de sus motivaciones:
He recogido las más importantes por su contenido, porque en algún momento de mi vida formé parte de estas historias, porque escarbé en ellas sus razones, porque me han servido como temática de muchos cuadros que he plasmado, porque han ayudado como investigaciones para hacer montajes coreográficos, porque me han sacudido, me han llenado de ilusiones, me han detenido a pensar y revalorizar sobre mi gente y mi hermoso Ecuador.
Luis Baca.
En esta obra hace un recorrido por las provincias de la Sierra ecuatoriana y de Riobamba ha escogido la fiesta de Navidad. Al tiempo de contar las tradiciones de fin de año brinda pinceladas sobre esa ciudad de hace más de cincuenta años.
La escuela estaba distante, al otro lado de la ciudad, no habían buses ni recorrido. Para llegar tenía que cruzar la plaza Barriga, bajar la Primera Constituyente, cruzar el parque Sucre, luego el mercado de La Merced. Este trajín, sobre todo al mediodía resultaba agotador, llegar a casa para almorzar y regresar a las dos para completar la jornada. Los olores y sabores que ofrecían los mercados eran tentación, pero mis escasos recursos no pasaban de diez reales, a duras penas me alcanzaba para pagarme un seco (raspado con hielo del Chimborazo) llamado también rompe nucas, sabía delicioso y me servía para aplacara la sed y el cansancio.

Narra que cuando ahorraba algunos centavos podía comprar mote con chuso fritada a las caseras de la plaza Barriga, pero que le era prohibitivo por la falta de recursos degustar los jugos de frutas naturales en el bar de Hugo. Las delicias, por supuesto, no podían estar completas sin el incomparable hornado riobambeño, las tortillas con carne y los jugos de sal. En cuanto a los juegos, la niñez disfrutaba de llegar hasta la Estación para escabullirse entre los trenes estacionados y los vagones dados de baja.
Así era Riobamba de ese entonces, tranquila, amable, señorial, cariñosa y sin tanto tráfico, con sus retretas dominicales en el parque Sucre y, de igual modo, los domingos para ir a jugar al parque infantil, con zambullida incluida, o en la tarde en el seno de la familia, helados del Molina con pan de Londres o palanquetas de La Vienesa.
La Navidad en Riobamba
Según cuenta en su libro, los protagonistas de los pases de Niño principales eran los pequeños de los jardines y escuelas, que formaban procesiones con representaciones de la Sagrada Familia y delegaciones vestidas como pastores, negros, montuvios y ángeles. Paulatinamente, la costumbre fue apoderándose de las personas de todas las edades. Baca es crítico con las representaciones de los pases que hacen gala de consumismo, con comparsas «sin sentido y fuera de contexto». Incluso señala que se produce distorsión e improvisación, porque se mezclan y se utilizan mal las piezas de las vestimentas de una comunidad y de otra, y de una provincia con otra.
Disfrazarse sin tener conciencia, sin saber qué se ponen, qué significa. Está bien que los jóvenes participen de la danza nacional, pero debemos tener especial cuidado con nuestras raíces y no distorsionarla.
Luis Baca
No obstante, rescata de los pases del Niño a las bandas de músicos que entonan villancicos y sanjuanitos para que bailen los «curiquingues» (únicos en el país por su vestimenta y su coreografía), y los «diablitos» con sus máscaras de hojalata, sus trajes, los sonajeros y los faroles. También destaca a los danzantes de Yaruquíes por su suntuosa vestimenta y su danza adaptada al sanjuanito y al albazo. Completan la tradición las capitanías que, aunque representación de otra fiesta aportan con alegría; las representaciones de las comunidades indígenas, los sacharunas y los payasos. El artista recuerda que las priostas solían disfrazarse de «cholas», que se ataviaban con blusas con encajes y brocados; su cabello lo llevaban trenzado y adornado con grandes lazos. Encima se cobijaban con pañolones bordados y con flecos de seda. Detrás de las priostas caminaban las sahumeriantes (con las lavacaras decoradas desde donde salía el humo oloroso del palo santo), las alumbrantes (portaban cirios) y las floristas.
El pase del Niño en alguna ocasión fue más autóctono, la Virgen, San José y el Niño vestidos de indígenas y los acompañantes representaban las diferentes culturas de nuestro país, se destacaban los montuvios, los negritos, los yumbos, las cholas cuencanas, los cañaris con su tradicional tejido de las cintas.
Después de la misa, los priostes se colocaban en el atrio de la iglesia, mientras los disfrazados danzaban por horas, se reventaba la volatería, se elevaban los globos y la vaca loca con el vaquero correteaban.
Otro de los recuerdos es que el parque Sucre, durante la temporada, era utilizado por comerciantes para colocar juegos de azar, ruletas, quinielas, botellas para ensartar argollas, paneles con chicles y sorpresas para el tiro al blanco. Los sabores de la época no eran otros que los pristiños y buñuelos. El recorrido culminaba antes de la doce para asistir en familia a la misa de gallo.


Referencia
Baca, L. (2015). Cronista de las fiestas populares. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión.