Llamada por Eugenio de Santa Cruz y Espejo “Madamita Chiriboga”, es la mujer profundamente insatisfecha, el espíritu libre que no quiso sujetarse a los esquemas morales de su época. Fue la reina indiscutible de la alta sociedad riobambeña de aquel entonces, una mujer que vivió la vida a su manera, sin arraigo, sin destino cierto cultivando los dones de su propio cuerpo e irradiando un duende especial un encanto que hizo de su efímera existencia una proclama auténtica de gozo y sensualidad cerniéndose en una tempestad inesperada y bravía sobre las buenas costumbres de su mundo y su edad. Ella perteneció a una de las más linajudas familias de la Muy noble y Muy Leal Villa de San Pedro de Riobamba. Su tronco paterno viene de Don Jerónimo Chiriboga quien llegó a América con el alto encargo de Administrador de los bienes y obrajes del Señor Duque de Uceda. Por su línea materna la bella estuvo emparentada con los Villavicencio y los Maldonado. Como se ve y se puede apreciar sobraban blasones, escudos, sangre azul y dinero a raudales. La belleza de María Micaela fue una belleza avasalladora, porte, garbo, gestos, gracia, palabra, inteligencia, todo le había sido dado. Contrajo matrimonio con Don Ciro de Vida y Roldán, quien trató de sujetarla a los más estrictos cánones de la época, robándole su alegría de vivir, su comunicativa personalidad. Esto despertó en la bella el espíritu de contradicción y las pasiones retenidas en ella durante años, por una educación rígida y tenaz se desbordaron en su unión prohibida con el Dr. Pedro Solano de las Salas, Cura Vicario de Penipe. Por este hecho y por su vida alegre, díscola y descocada, el Precursor de nuestra Independencia, Eugenio de Santa Cruz y Espejo, se ocupó en las “Cartas Riobambenses” de María Micaela, bautizándola para la posteridad como “Madamita Chiriboga” y la calificó como “mujer de brío”, porque ella despertó en Espejo los recónditos deseos y anhelos de los inasible, lo que jamás podría tocar ni en sueños. El escándalo de esta mujer rompió todos los diques, no se detuvo ante nada ni nadie, fue llevada prisionera al Convento de Santa Clara en Quito, pero luego fue entregada al cuidado de sus padres, porque nadie podía contener su energía y temperamento. En 1797 desaparece la Villa de Riobamba y de su antigua casa llena de joyas y objetos de valor, apneas pudo rescatar María Micaela unas cuantas cosillas para tratar de reorganizar su vida, trasladándose a su hacienda Capil en Penipe, donde la tradición oral aún conserva escenas de su vejez plácida, paseando por las orillas del Río Puela, siempre solitaria, tal como su alma se sintió en todos los momentos, conversando con el viento que le acariciaba como su último amante.
Marcela Costales Peñaherrera
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