
A los leones se les atribuye las características de fuertes, nobles y valientes.
Juan Bernardo de León es considerado el más eminente de los próceres riobambeños y un hombre respetado en toda la Presidencia de Quito y posteriormente en todo el Ecuador. Ocupó varios cargos políticos y el de más alto rango fue el de vicepresidente de la República en época de Vicente Rocafuerte.Esa mañana se sentía especialmente conmovido. Tal vez era la edad. ¿Sería que se estaba poniendo viejo? Al respecto se cuestionaba Juan Bernardo de León, mientras recorría con paso firme los campos frutales de San Luis, salpicados por brillantes destellos solares. A sus 69 años se sentía fuerte, vital y con ganas de vivir; no en vano ese mismo día tomaría como esposa a Ramona Salvador con la ilusión de disfrutar de su calidez el tiempo que le restara. No, no era la edad. ¿Sería que finalmente los vendavales de la vida le sacudían de golpe? No hizo nada por evitar que los recuerdos volaran por su mente. Tampoco hizo esfuerzos por desvanecer la imagen de aquellas dos damas que habían compartido su vida, en tiempos distintos pero igualmente convulsionados.
Cumplidos los veinte años formó su familia con Clara Larrea y Barba. Era 1794 cuando pensaba que el porvenir no tenía que ser diferente con lo que había sido la vida de sus padres. En las tierras de Patate fundó el hogar que se desplomó tres años después, tal como lo hiciera físicamente el monte Cullca sobre la villa de Riobamba. Doña Clara falleció al igual que casi veinte mil almas víctimas del terremoto de 1797.
De aquellos días recordaba el dolor que causó la pérdida de los seres queridos, pero también el temple que exigían los acontecimientos. Y tomó la decisión de sobrevivir y guardar con profundo respeto el recuerdo de aquellos que habían partido para siempre.
Dos años después, involucrado en la reconstrucción de las poblaciones afectadas por el movimiento telúrico, Juan Bernardo hizo lo propio con su existencia y tomó por esposa a María Rosa Larrea Villamagán. Y en aquel momento de discordias e indecisiones brindó una oportunidad a las familias que habían perdido todo con el terremoto. En su calidad de condueño de la llanura de Aguaisacte, junto con el cacique Leandro Sefla y Oro, donó aquellos terrenos para que Riobamba se levantara de los escombros y volviera a edificarse. El reasentamiento se concretó el 1 de abril de 1797, gracias a un decreto del presidente de la Audiencia, quien dictaminó sanciones para aquel que pretendiera quedarse y construir en los terrenos anegados de la antigua villa.
Juan Bernardo de León se apoyó en uno de los frondosos árboles del campo y tomó un descanso. Sonrió con nostalgia por aquella ciudad en la que había nacido en 1774, dentro del hogar formado por Vicente León Villavicencio y María Cevallos Velasco. Había aprendido a respetar su historia y el legado de sus antepasados, entre los que se destacaba el tío de su madre, el sacerdote Juan de Velasco. En el entorno familiar se hablaba de él con veneración, no solamente por su condición eclesial sino por su sabiduría y conocimiento. Le hubiera gustado conocerlo, pero para el año de su nacimiento el caballero llevaba siete años de destierro provocado por la decisión del rey de España de expulsar de sus dominios a los miembros de la Compañía de Jesús. Juan de Velasco no regresó jamás a su tierra y murió en Faenza a los 65 años, cuatro menos con los que contaba él en ese momento de su vida en el que pretendía por tercera ocasión establecer un hogar.
El hombre reanudó la marcha con la convicción de que su vida había sido ordinaria, a pesar de los brillantes episodios de los que había sido testigo y actuante. Nunca pensó por ejemplo que lo llamarían prócer o patriota. Consideraba simplemente haberse pronunciado por lo que consideraba correcto y mejor para la ciudad, a pesar de intensos apasionamientos y puntos de vista opuestos con respecto a miembros de su propia familia. Inicialmente Juan Bernardo de León declaró su adhesión a la Monarquía pero posteriormente fue tomando partido por la lucha a favor del autogobierno de las colonias españolas. Para el cabildo de Riobamba de diciembre de 1811 sería electo como diputado por elecciones populares. En enero de 1812 la Junta Gubernativa de Quito le nombraría juez real, gobernador político y presidente del Cabildo de Riobamba, cargo en el que estaría 6 meses hasta la entrada de Melchor Aymerich, militar de la Corona encargado de aplastar cualquier sublevación en la Real Audiencia de Quito.
Entonces Juan Bernardo de León se enlistó en las filas de la revolución contra España y participó en la resistencia en Mocha, Latacunga, Quito e Ibarra donde se produciría la derrota patriota. Agotado física y moralmente viajó por la cordillera oriental hasta Penipe, donde se ocultó algún tiempo en la hacienda La Candelaria del párroco Mariano Tinajero. Ahí recuperaría fuerzas y volvería al escenario en 1813, donde sería designado elector por Riobamba para el nombramiento del próximo cabildo.
La situación no era fácil para los habitantes de la ciudad, mucho menos para aquellos que habían tomado la opción de la sublevación. Por lo menos, Juan Bernardo de León tenía claro que había puesto en peligro su propia vida. Aún así tenía que actuar en el momento oportuno. Después de que los patriotas guayaquileños declararan la libertad de su suelo el 9 de octubre de 1820 pensaron extender la acción por otras regiones y entonces organizaron un ejército que se enfrentara a los realistas en Camino Real, cerca de Guaranda un mes después. La noticia llegaría a conocimiento de los riobambeños, quienes decidirían proclamar su emancipación de España y nombrar sus propias autoridades.
Juan Bernardo apretó sus puños recordando esa sensación de arrojo que lo había poseído durante los días de noviembre de 1820, mucho más ese sábado 11 cuando los seguidores de la causa patriota se autoconvocaron en la casa de la familia Donoso, ubicada en la plaza central de la ciudad, para firmar el acta que pondría fin a la dependencia española. Diego Donoso pertenecía a una familia de convicciones realistas. Es más, en 1809 había firmado una protesta contra la Junta Suprema de Quito y posteriormente se convertiría en representante por la nobleza a los cabildos abiertos de la ciudad. Sin embargo, para ese 1820 se mostraba convencido de la idea de emancipación hasta el punto de que ofreció su casa para realizar el cabildo, a pesar de que su primo Martín Chiriboga se desempeñaba como corregidor.
Juan Bernardo recordó que en aquella acta, Riobamba se declaraba libre de la influencia y gobierno españoles y lo nombraba a él como gobernador político y militar. Nunca había evadido su responsabilidad y esa no sería la excepción. Consciente de los riesgos aceptó el cargo y enseguida se puso a la tarea de organizar la que sería la primera administración soberana de Riobamba, ciudad fundada junto a la laguna de Colta en 1534 y reasentada en la llanura de Tapi en 1799.
Su memoria intacta repasó los nombres de aquellos que habían acudido a la cita e impuesto su firma en el documento: Francisco Chiriboga y Villavicencio, Estanislao Zambrano, Ignacio José de Lizarzaburu, Ambrosio Dávalos, Diego Donoso, José Moreno de Salas, Bartolomé Donoso, José Alvear, Baltasar Paredes, Javier Donoso, Jacinto González Verdugo, José Joaquín Domínguez, Pedro Antonio Donoso, Javier Sáenz y Basabe, Agustín Velasco y Unda, Antonio Flor de la Bandera. No podía olvidar a Melchor Guzmán, apodado “Cholo Virrey”, quien pusiera el ejemplo al resto del pueblo para apoyar la decisión.
Además de conversar con los habitantes de la ciudad, Guzmán junto con Agustín Velasco y Unda había encabezado la toma del cuartel, abandonado en su totalidad por los soldadores realistas. Martín Chiriboga y León, autoridad realista máxima de la región, también había buscado refugio en Yaruquíes, sin imaginar que el pueblo buscaría vengar la represión española con su propia familia.
La esposa y los cuatro hijos de Martín se quedaron en la casa, temerosos de lo que podía suceder si el pueblo se desbocaba. Y así estuvo a punto de ocurrir, porque la turba tuvo la intención de hacerles víctimas de la indignación. Pero Juan Bernardo no podía permitirlo, ese movimiento no debía ensuciarse con sangre; por eso junto con Estanislao Zambrano, Diego Donoso y Ambrosio Dávalos calmaron las emociones y convenció a la gente de que esa no era la forma de seguir los ideales de emancipación. Más bien, persuadió al pueblo de convocarse en la plaza principal para presenciar la constitución y legalización del Acta de Independencia.
Esa misma noche nombró una comisión, integrada por Estanislao Zambrano e Ignacio de Lizarzaburu, para que llevara un oficio con las buenas nuevas al coronel patriota Luis Urdaneta, que se hallaba en Guaranda. Sin perder tiempo, el flamante gobernador empezó con la administración de la ciudad y dispuso la contribución de alimentos, caballos y dinero para el resto de la campaña libertaria.
No obstante, el nuevo gobierno riobambeño no permanecería más de quince días en funciones, porque las tropas realistas se reorganizan y derrotan a los patriotas en Huachi el 22 de noviembre. Cuatro días después, Martín Chiriboga y León retomaría sus funciones de corregidor y cumpliría las órdenes de investigar todos los detalles sobre el movimiento emancipador. Al propio Juan Bernardo de León indagaría sobre la existencia del acta, necesaria para conocer con exactitud la lista de los traidores a la Corona. Una y otra vez confirmaría que dicho documento había sido entregado personalmente por él al patriota del ejército guayaquileño León Febres Cordero cuando ingresara a la ciudad con las tropas patriotas. Los realistas no tuvieron piedad con los prisioneros, a quienes además de torturar se les obligó a pagar exorbitantes contribuciones. Muchos de los actores del 11 de Noviembre de 1820 debieron esconderse en sus propiedades y desaparecer temporalmente. Otros en cambio optaron por la rebeldía y se negaron a pagar los impuestos de guerra creados por los españoles.
El cristalino de los ojos del caballero, por primera vez brilló por la presencia de lágrimas. Esos 18 meses después de la declaración de Emancipación significaron una prueba más de lo que el ser humano puede llegar a ser capaz, cuando siente que el poder se le escapa de las manos. ¿Por qué alguien puede arrogarse la atribución de mandar sobre la vida del resto? ¿Por qué alguien tiene el derecho de decidir si una vida puede continuar o no? ¿Dónde se asienta el poder de desunir familias por el hecho de pensar diferente y querer independencia para asumir aciertos y errores? Estas cavilaciones confirmaron a Juan Bernardo que actuó con coherencia cuando asumió la revolución. Sin embargo, el proceso apenas empezaba y la injusticia social no había terminado.
Después de la victoria de Antonio José de Sucre sobre las huestes españolas en la ciudad de Riobamba el 21 de Abril de 1822, el ejército patriota de Bolívar se enrumbó con seguridad hacia Quito, irónicamente el último reducto que quedaría por liberar a pesar de haber sido el primero en proclamar la independencia. La victoria en Pichincha el 24 de Mayo de 1822 expulsó a los españoles del territorio y terminó con el colonialismo de España. Don Juan Bernardo de León volvió a ser requerido para conducir a su ciudad como gobernador y luego como miembro de la Asamblea. Pero su influencia política estaría lejos de terminar con ese cargo, pues también se convertiría en presidente de la Junta de Manumisión de Esclavos en representación de Chimborazo a la Primera Asamblea Constituyente de 1830. Fue en ese año en el cual el caballero sintió infinita emoción por recibir a todos legisladores en su querida ciudad de Riobamba, donde daría a luz el Estado ecuatoriano a través de la aprobación de la primera Constitución del país. Privilegio y justicia histórica, pensaría el caballero sobre la designación de Riobamba como sede de aquel acontecimiento. En esta instancia sería proclamado como primer presidente de la naciente república el militar venezolano Juan José Flores.
Cinco años más tarde, el guayaquileño Vicente Rocafuerte llegaría al poder y precisamente el riobambeño, el prócer, el patriota Juan Bernardo de León, sería designado como vicepresidente de la República de Ecuador, para acompañar a un gobierno que buscó hacer realidad la igualdad. De ahí que se fundó el primer colegio femenino y se abolió el tributo de los indígenas, entre otros logros.
Don Juan Bernardo de León no sospechaba lo que las generaciones futuras dirían de él. No imaginaba que lo catalogarían como el más elevado de los próceres riobambeños, que había llegado a la excelencia y sublimidad espiritual y a ocupar un sitial inigualable en la provincia. Lo que sí constataba era que su personalidad era totalmente respetada porque actuó en su vida de acuerdo con los dictados de una moral estricta.
Tal vez su sensibilidad de esa mañana se debía en verdad a que comprendió en su modestia que había sido un privilegiado de la vida y de la historia ecuatoriana. Que era un sobreviviente de las tragedias, la opresión y de su propio miedo. Y que estaba ahí de pie, con la satisfacción de haber sido coherente, de haber amado, de haber actuado. Entonces sonrió abiertamente con la profunda alegría de ser y estar, mientras tomaba la mano de su Ramona.
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